Vivimos en una sociedad donde se sufre mucho de amor, de incomprensión y de incomunicación. Cuando la persona se encierra en su heridas y sus frustraciones acaba por vivir de una manera disfuncional; poco a poco, las diferentes facetas de su vida se van deteriorando, como una máquina a la que se le van desgastando las piezas. La persona siente que vuelve a ser válida solo cuando se siente amada. Esta es una lección que se aprende ya desde pequeños.
La reparación es, en definitiva, la experiencia de sentirse amado por Dios a pesar de todos nuestros errores y fracasos. Al sentirse así uno empieza a ver las cosas de otra manera. Empieza a funcionar como persona plena.
Cuando te has sentido reparado no puedes menos que contagiar ese sentimiento a otros. Por eso la reparación tiene una doble vertiente: la reconciliación con uno mismo y la gran obra de la reconciliación. Nuestro mundo está necesitado de diálogo y de reconciliación, y solo los que han experimentado el amor reparador pueden ayudar a otros a que se sientan reparados. |