Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: - «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: - «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Solo quien lo ha vivido sabría contarlo

¿Quién no se ha sentido lleno a rebosar por dentro alguna vez? ¿Quién no ha encontrado al menos una razón para seguir adelante cuando todo parecía no tener sentido? ¿A quién no le palpita el corazón con la idea de entregarse por los demás?

ESO ES EL ESPÍRITU. Las consecuencias de darle acogida en el corazón: la alegría, el entusiasmo, la paciencia, la fortaleza, la intimidad, la empatía, el conocimiento, la serenidad, el coraje, la constancia, la chispa, la certeza, la intuición, la ilusión, la libertad, el cariño, la mansedumbre, la ternura...

El Espíritu lo mueve todo, como el viento, ¿te dejarías llevar por él?

 

Es hora de Pentecostés, hora de Espíritu.
Sé que los apóstoles te circundan, aunque no los vea.
¿No llevas a Jesús? Está en la esperanza: Pronto nos enviará su Espíritu.
Qué espontánea figura y celestial belleza, a la vez.
Yo te saludo, María. Dios te salve, Madre.
Me basta con el cielo de tu gracia.
Cuelgo mis ojos en ti, Mujer de tanta fe.
Contemplo el oleaje azul de tu vestido,
-azul azul, azul-como el mar de tus bondades,
como el cielo donde habitas.
Vas de camino, peregrina, misionera, ligera de equipaje,
Camino del cielo y de la tierra, con tu mano derecha,
en vuelo, marcando el paso.
Con los pies descalzos, tocando la tierra,
sabiendo de aguas, de arena, de aire.
Ven con nosotros a caminar
Y, con la mano izquierda, aupando el corazón.
¡¡Eres toda corazón!
Tanto amor ha desbordado tus entrañas puras,
y sale el corazón a toda vela.

 

Jornada de oración por las vocaciones

Tiempos litúrgicos

Segundo Domingo de Pascua

Tercer Domingo de Pascua

Cuarto Domingo de Pascua
Quinto Domingo de Pascua
Sexto Domingo de Pascua
Domnigo de la Ascensión del Señor

Significado de la luz

Significado de las llagas del resucitado
El pez
Testigos
El atardecer
El gusto
El discípulo amado
La comunidad
Las tres veces
Los dos testigos
María Magdalena
Siete discípulos
Semana del cenáculo
Los cuarenta días
La cincuentena pascual

Jornada de Oración por las Vocaciones


   
  REFLEXIÓN

La fiesta del Espíritu comenzó aquel Pentecostés posterior a la muerte de Jesús. Cuando los discípulos se sentían abandonados y sin fuerzas. Cuando necesitaban encerrarse en una casa –¡hasta las ventanas tenían cerradas!– para sentirse seguros. Entonces llegó el Espíritu. Cayó sobre todos como el fuego que calienta y da vida, como llamarada que alumbra en la oscuridad. Y todo se convirtió en luz. Los que estaban encerrados en la oscuridad no pudieron menos que salir a la luz y entregar aquel fuego a todos los hombres y mujeres del mundo. No tenían miedo. Ni lo iban a tener en adelante. Porque su fuerza no venía de ellos mismos sino del Espíritu de Dios.  
Sentir la fuerza del Espíritu
      La fiesta del Espíritu no se terminó aquel día en Jerusalén. Se ha alargado hasta nuestros días. En toda la historia –en esa historia poblada de errores, de equivocaciones, de pecado, que es la historia de la Iglesia– el Espíritu no nos ha abandonado nunca. Ha suscitado siempre hombres y mujeres que han llevado la buena nueva del Evangelio por todos los rincones de la tierra, que han renovado la vida de las comunidades eclesiales, que se han comprometido con la justicia y con la dignidad de los hijos e hijas de Dios. 
      El Espíritu no nos ha abandonado nunca ni nos abandonará. Sólo que algunos se ponen gafas oscuras y no ven más que oscuridad y penumbra y tinieblas y terror. El Espíritu es fuente de confianza y esperanza. El Espíritu nos abre a la vida. Nos hace salir de los cuartos oscuros de la desesperación y mirar nuestro presente y nuestro futuro con gozo y con esperanza. El Espíritu nos hará superar las dificultades presentes como nos ha hecho superar otras en el pasado. Abrirá nuevos caminos. Nos sorprenderá con su creatividad, siempre marcada por la misericordia, por la compasión, por la vida.
      Es tiempo de confiar. Es tiempo de dejarnos invadir por la alegría de saber que el Espíritu sigue presente en medio de nosotros, que la buena nueva de Jesús no se va a olvidar nunca, que seguirá tocando los corazones de muchos hombres y mujeres, que seguirá trayendo la paz a nuestros corazones. Porque la Iglesia no es la suma de los que la formamos. Es algo más. La Iglesia es la fuerza del Espíritu en marcha. Por eso, hoy celebramos, una vez más, la fiesta del Espíritu.