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Jornada de Oración por las Vocaciones |
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REFLEXIÓN La fiesta del Espíritu comenzó aquel Pentecostés posterior a la muerte de Jesús. Cuando los discípulos se sentían abandonados y sin fuerzas. Cuando necesitaban encerrarse en una casa –¡hasta las ventanas tenían cerradas!– para sentirse seguros. Entonces llegó el Espíritu. Cayó sobre todos como el fuego que calienta y da vida, como llamarada que alumbra en la oscuridad. Y todo se convirtió en luz. Los que estaban encerrados en la oscuridad no pudieron menos que salir a la luz y entregar aquel fuego a todos los hombres y mujeres del mundo. No tenían miedo. Ni lo iban a tener en adelante. Porque su fuerza no venía de ellos mismos sino del Espíritu de Dios. Sentir la fuerza del Espíritu La fiesta del Espíritu no se terminó aquel día en Jerusalén. Se ha alargado hasta nuestros días. En toda la historia –en esa historia poblada de errores, de equivocaciones, de pecado, que es la historia de la Iglesia– el Espíritu no nos ha abandonado nunca. Ha suscitado siempre hombres y mujeres que han llevado la buena nueva del Evangelio por todos los rincones de la tierra, que han renovado la vida de las comunidades eclesiales, que se han comprometido con la justicia y con la dignidad de los hijos e hijas de Dios. El Espíritu no nos ha abandonado nunca ni nos abandonará. Sólo que algunos se ponen gafas oscuras y no ven más que oscuridad y penumbra y tinieblas y terror. El Espíritu es fuente de confianza y esperanza. El Espíritu nos abre a la vida. Nos hace salir de los cuartos oscuros de la desesperación y mirar nuestro presente y nuestro futuro con gozo y con esperanza. El Espíritu nos hará superar las dificultades presentes como nos ha hecho superar otras en el pasado. Abrirá nuevos caminos. Nos sorprenderá con su creatividad, siempre marcada por la misericordia, por la compasión, por la vida. Es tiempo de confiar. Es tiempo de dejarnos invadir por la alegría de saber que el Espíritu sigue presente en medio de nosotros, que la buena nueva de Jesús no se va a olvidar nunca, que seguirá tocando los corazones de muchos hombres y mujeres, que seguirá trayendo la paz a nuestros corazones. Porque la Iglesia no es la suma de los que la formamos. Es algo más. La Iglesia es la fuerza del Espíritu en marcha. Por eso, hoy celebramos, una vez más, la fiesta del Espíritu. |