Porque el amor de Cristo nos apremia, al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto.
Y él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2 Cor 5, 15)
El arte de M. Rupnik
Sin duda Rupnik ha logrado un arte litúrgico cristiano que, sin perder la modernidad, recupera el carácter simbólico y mistérico del arte del primer milenio. Sus figuras representan el mundo trasfigurado del más allá, el mundo según Dios, por eso son esquemáticas, con rasgos tomados de la tradición de los iconos orientales: nariz alargada y noble; boca pequeña y cerrada, porque estando en presencia de la Palabra no es necesario hablar; los ojos almendrados y llenos, con la pupila dilatada ante la continua visión de Dios. Lo moderno viene dado por el uso de los materiales y las texturas casi siempre dispuestos simbolizando la encarnación: los materiales más pobres abajo se van transformando en oros y blancos cerámicos (la humanidad transfigurada por la divinidad).
La escena
Observa detenidamente la escena. La composición es piramidal y se renuncia a la perspectiva situando a las figuras en un mismo plano. El centro lo ocupa la figura del Sagrado Corazón, vestido de blanco con un cinturón dorado, como el personaje del apocalipsis (Ap 1,13), con manto y nimbo crucífero. Muestra las llagas del Costado y de manos y pies. Está de pie apoyado sobre los batientes rotos del “hades”, el infierno, representado como una superficie azul oscuro con llamas en su fondo. Adán y Eva salen del abismo arrastrados por la fuerza del resucitado que les sostiene por las muñecas. Diez bienaventurados, se sitúan detrás y a los flancos de Cristo, como la comunidad de los santos, la Jerusalén celeste. Lo sorprendente de este mosaico es el atrevimiento con el que Rupnik ha unido dos teologías procedentes de mundos distintos: el descenso a los infiernos y el Costado Abierto. Ambas son imágenes complementarias del amor de Dios que se entrega y de su obra reconciliadora. La perspectiva occidental insiste en la cruz y en el aspecto más dramático mostrándonos la herida del Corazón. La perspectiva oriental es gloriosa y nos narra de forma sorprendente las consecuencias de la resurrección para la humanidad caída.
El abismo
Para los judíos el “sheol” no es el infierno sino el lugar donde van los muertos, donde no hay alegría ni comunicación (Qo 9, 10). Es el lugar contrario a Dios y a la vida. Por extensión se puede entender como aquello que produce muerte, y en este sentido, es consecuencia de las acciones humanas. El abismo sería el lugar sin esperanza que los hombres nos encargamos de mantener con nuestro pecado y nuestra injusticia. Es allí donde desciende e irrumpe el Resucitado y destroza sus puertas abriéndolas definitivamente a la vida y a la esperanza.
“Todos han muerto”
De la profundidad de la tierra, del reino de la muerte, surgen Adán y Eva, representando a toda la humanidad, arrancados por la fuerza del Resucitado que les agarra y les levanta hacia la Vida Eterna. Esta acción no es una invitación, es un acto voluntario del Salvador, que nos levanta hacia sí, sin pedirnos permiso, con una decisión irrevocable (Cfr. Mc 2, 11). Jesús coge a ambos, no de la mano, sino de la muñeca, porque están muertos, no tienen vida ni iniciativa [1]. El Resucitado nos salva justo en nuestra más absoluta debilidad, en lo que tenemos de muertos, en nuestra radical impotencia. Esta es la fuerza total de la resurrección que abarca a todos hasta los rincones más recónditos de la existencia, por eso el manto del resucitado cubre a toda la humanidad, introduciéndola en la Gloria de la resurrección.
Es precioso el paralelismo con algunos milagros de Jesús como la curación de la hija de Jairo (Mc 5, 41ss) o la curación del paralítico (Jn 5, 7-9). Cfr. Dolores Aleixandre,
“Descendió a los infiernos”, SAL TERRAE 1998, págs.. 407-422.
“Vivir para el que Resucitó”
La obra de la reconciliación no queda completada con la muerte de Cristo. No basta saber que Dios nos ama hasta el extremo. Este amor es eficaz más allá de la muerte, se convierte en fuerza de vida que resucita todo lo previamente amado. Así lo expresa el himno de Filp 2, 6ss, en un doble movimiento: el abajamiento y la elevación o exaltación. Ese segundo movimiento de elevación, Rupnik lo hace coincidir teológicamente con el misterio del Corazón de Cristo. Los muertos son resucitados a la vida nueva y se les pone en contacto directo con el amor desbordante de Dios, simbolizado en el Corazón. Por eso, es el mismo Resucitado el que guía la mano de Eva hacia la herida del Costado, y la mano de Adán se introduce en la herida de los clavos. Es el amor el que resucita. Es el amor el que nos espera tras la muerte. Se trata de un mosaico que preside la capilla de una universidad, un centro de racionalidad humana. No podemos evitar llamar la atención sobre el episodio de Tomás y el Resucitado que invita a introducir su mano en el Costado. ¿Puede ser una provocación a nuestra mentalidad racionalista? ¡Mete tu mano en el Costado del resucitado, déjate arrancar de la muerte y vive para aquel que murió y resucitó por ti!
[volver arriba]