3.1.- El icono de la Madre de Dios "odiguitria"

Anónimo (Rusia)

FICHA TÉCNICA

Temple al huevo.
Musée National Fernand Léger.

El icono de la Madre de Dios Odigítria es de procedencia siria y es el canon iconográfico más antiguo que se conoce. Los primeros testimonios de esa tipología mariana vienen del siglo VI.

Un icono de esta tipología, atribuido a San Lucas, estaba en un célebre monasterio-santuario, edificado por Miguel III (842-867) en Constantinopla, llamado Odigós, esto es: "guía". Era la llamada "iglesia de los guías", porque según la tradición allí iban a rezar antes de las batallas los "guías" del ejército. Fue muy popular, Justiniano la mandó poner en los mástiles de los barcos.

 

1. La tipología "odiguitria"

2. Contemplar iconos

3. Viene con él su salario

4. Puerta del cielo

5. La disponibilidad

Icono de la Madre de Dios "odiguitria"

PRIMERA PARTE: Dejaos reconciliar por Dios.
1.1.- San Pedro Arrepentido
1.2.- El Lavatorio de los pies
SEGUNDA PARTE: La obra de la reconciliación
2.1.- La Trinidad
2.2- El descenso a los infiernos
TERCERA PARTE: El ministerio de la reconciliación
3.1.- El icono de la Madre de Dios "odiguitria"
3.2.- El discípulo amado
3.3.- En reparación
Descarga del cuadro en alta resolución
Volver a reconciliarte

 

 

 

 

 

 

 

Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. 2 Cor 5, 18

La tipología "odiguitria"

Esta tipología mariana presenta a la Virgen de medio cuerpo, sosteniendo y mostrando con el brazo izquierdo al Hijo, y con la mano derecha señalándole a los hombres como juez misericordioso: Camino, Verdad y Vida. El maphorion o manto de la virgen, ricamente adornado con la triple cruz en forma de estrella, antiguo símbolo sirio que alude a la virginidad antes, durante y después del parto. “El rostro de María, noble y sereno, refleja el esplendor del clasicismo bizantino, el encarnado, transfigurado por un suave juego de sombras y luces, irradia la luz no creada de la energía divina, según la doctrina hesicasta”[1] El Hijo, vestido con el himation (túnica) real de color blanco pascual, responde, a su vez, con un gesto majestuoso de bendición con los dedos confesando la Trinidad, mientras sostiene con la mano izquierda un rollo: se trata del “quirógrafo”, el documento jurídico donde queda cancelada nuestra deuda y así se consuma nuestra reconciliación.

Su nombre, “odiguítria”, lo recibe de la iglesia donde era venerada en Constantinopla, pero sobre todo porque María se hace "conductora", "guía" (odigós), portando al Hijo e indicándolo como la causa de nuestra salvación

Alfredo Tradigo, Iconos y santos de Oriente, Diccionarios de arte,
Ed. Electa, 2004, págs., 171.

 

Contemplar iconos

Los iconos orientales están pintados con una técnica ancestral, repitiendo los esquemas tradicionales, imitando formas y composición. No son obras de arte. Son ventanas hacia la divinidad. ¿O quizá son ojos por donde Dios mismo nos contempla? El dorado del fondo, la postura y  la ausencia casi total de gestos nos trasladan a un mundo intemporal, eterno, que no está sujeto a las leyes de la naturaleza: es el mundo del misterio, al cual se accede instrumentalmente por los ojos, pero solo cuando se humilla el corazón. El hieratismo, la ausencia de gestos humanizados, parece alejar afectivamente las imágenes de nuestra propia realidad. Por el contrario, nos permite orar en cualquier situación: los personajes están tan quietos porque están a la escucha, la boca pequeña y los ojos penetrantes invitan a que tu corazón hable mientras ellos callan. El esquematismo estereotipado de los rostros y las formas nos previenen de las falsas imágenes que de Dios nos hacemos. Al no detenerse en detalles, el artista se equivoca menos, porque a Dios nadie le ha visto. Nos invita a hacer nosotros lo mismo: eliminar todas nuestras imágenes para relacionarnos con el Dios que está detrás de todos nuestros conceptos.

 

Viene con él su salario

Aceptemos la invitación que nos hace María cuando nos muestra al Hijo. Centremos nuestra atención en ese niño representado casi como un adulto, divinizado, con la túnica blanca, con el quirógrafo en las manos y bendiciendo. No es el niño que acaba de nacer, ni el que a de subir a la cruz. Es el Cristo total, el que se nos muestra con la redención ya cumplida (la deuda pagada). Nos mira desde su gloria y nos bendice fuera de todo dramatismo, con esa serenidad intangible y misteriosa. La salvación es un hecho, algo incontestable, que no va a cambiar ni está sujeta a las derivas de la historia. Una salvación que solo puede acogerse como un manantial de buena noticia irrevocable.  Por eso Cristo mira de frente y bendice: el mundo está salvándose sin que nadie lo pueda evitar.

 

 

Puerta del Cielo

Por todo esto María muestra y guía hacia el Salvador invitándonos a lo único que se puede hacer: aceptar, agradecer y bendecir. Por eso, el icono no cuenta historias sino que está hecho para la oración. María se muestra como la semejante a ti, la hija de Sión, la que siendo débil como tú se deja hacer por el Señor. Y así se nos muestra como Theotokos, Madre de Dios, consagrada, Virgen Inmaculada, donde la tendencia natural al pecado no ha podido triunfar gracias al Espíritu. Es la que ha sido reparada allí donde su madre (Eva) fuera violada. Ella es el espejo donde mirarnos, es el icono de la Iglesia. Ella es lo que nos cabe esperar si nos fiamos de Dios. Es la primera reconciliada. Por eso nos señala el camino de la reconciliación que ya se está dando.

 

La disponibilidad

Contemplando a María no podemos menos que recordar sus actitudes: “Ecce Ancilla”, “hágase en mi según tu palabra”. Y es que la primera misión de la reconciliación es el seguimiento radical del Maestro. La disponibilidad al plan reconciliador de Dios, es la condición de posibilidad para que el mundo se vaya reconciliando en sí mismo.
Mira el juego de las manos: dar y recibir. Y ahora tú: recibe el caudal de salvación, y entrega la pequeñez  de tu vida al maravilloso ministerio de la reconciliación.
Mira que te miran. Con Santa Teresa ora con la mirada. Y aquí sobran las palabras, porque lo que hay en esos ojos solo lo puedes saber tú si te pones delante del icono.

 

 

[volver arriba]