Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro, (2Cor 5, 20)
Observa
Un enorme lienzo en forma de cruz es sostenido en posición erguida por una cadena que sale del cuadro por arriba. El lienzo ocupa casi toda la escena de forma frontal. Por detrás dos planos de color neutro en un leve ángulo sugieren la idea de una realidad detrás de lo que estamos viendo. A la izquierda un paño cubre parcialmente uno de los brazos de la cruz, como si hubiera sido corrido provisionalmente. En el centro un andamio de cuatro cuerpos en el que está subido un hombre, quizá un pintor, un restaurador, un médico, dirige la mano hacia una crucificado en alto relieve que está suspendido, sin cruz, en un plano de una superficie maleable. Junto al pintor una silla abocetada, apoyada contra el plano del Cristo. Un sillón solitario en la parte inferior derecha se individualiza de una forma inquietante por la manera como una luz indescifrable se proyecta desde arriba sobre él.
La ambigüedad de lo real
Toda la escena está cargada de ambigüedades. ¿Estamos ante una imagen real, o la realidad es justo lo que hay detrás del plano del fondo? ¿El sillón solitario es el lugar de donde ha salido el pintor o espera a otro? ¿La luz procede del atardecer que se cuela por un supuesto punto a la derecha, o proviene de arriba como sugiere el sillón? ¿La cruz es una cruz o un muro elevado por una cadena? ¿El pintor está restaurando o es el que recibe el color y la luz del mismo Costado Abierto de Cristo?
El mismo título del cuadro es un juego de palabras. La escena invita a pensar en un “restaurador”, sin embargo el autor lo ha llamado conscientemente “en reparación”. ¿Qué es lo que está en reparación? El problema es el sujeto del cuadro, ¿quién es el que repara y quién es reparado? Tal ambigüedad nos invita a meternos en el cuadro, a tomar partido, a sacar conclusiones y decidirnos por una interpretación.
Reconciliación como reparación
Nuestra espiritualidad define la reparación como la unión a la respuesta amorosa de Cristo al Padre por los pecados del mundo. En la escena está contenido todo este significado. El centro del cuadro es el alto relieve del Cristo apenas esbozado por la sombra que provoca la luz. Sin embargo, si nos fijamos en la sombra que proyecta sobre el paño de la izquierda, es el mismo crucificado el que produce la luz.
El pintor es un símbolo formidable. Por un lado sugiere la idea del soldado que atraviesa el costado del Salvador, pero ahora con el pincel restaurador. El pincel alude a la idea de mostrar, de iluminar, de enseñar a otros el misterio de Dios. Y entonces, el pintor se convierte en testigo, en un San Juan que ve, cree y da testimonio (Jn 19, 36). Su labor restauradora es, en realidad, lo que el P. Dehon deseaba cuando decía “deseo ser la lanza que penetra en ese Corazón”.
La cruz no es la de Jesús, es la realidad total crucificada, todos los dolores del mundo.
Todo sucede en un plano apartado, porque la obra de la reconciliación no es evidente, es como si estuviera ocurriendo en la habitación de al lado, en otra dimensión, oculta tras un muro, un velo parecido al que cubre el lienzo izquierdo y al que alude San Juan de la Cruz: “rompe la tela de este dulce encuentro”.
En el Corazón de Cristo, Dios reconcilia al mundo y de él nace el hombre de corazón nuevo. La humanidad puede ser restaurada, rehabilitada, reparada. Por eso el andamio y el sillón son una provocación al espectador, porque le señalan dos actitudes: la comodidad del sillón, que se mantiene al margen de la escena; la inestabilidad del andamio, que invita a subir, a tomar partido en la obra. La alusión a la subida, al esfuerzo por alcanzar algo elevado, nos sugiere la ascesis que toda obra de reparación precisa.
Invitación
El hombre no soporta por mucho tiempo la ambigüedad y nos toca vivir una época muy ambigua. El creyente vive en un mundo tan secular que, a veces, corre el riesgo de pensar que la obra divina es algo virtual. El evangelio solo se hace empírico con la práctica de la caridad. Esa es la invitación que nos hace el cuadro: ¡¿subes?!
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